domingo, 8 de marzo de 2009

La música y lo que realmente necesitamos

Para que no se me vuelvan a perder las partituras.
Son muchas las cosas sobre las que sé muy poco y que, sin embargo, me apasionan e interesan en demasía. La ópera es una de ellas. Sentir sobre mi piel aquella conjunción de melodía y voces hace que mi espíritu se eleve: que llegue muy lejos de mi casa, de mi cuarto.
Es inevitable que, mientras oigo ópera, mi pie marque atentamente el tempo, mientras que algo de la teoría musical que antes -cuando era feliz- manejaba llega a mi mente: me parece detectar los movimientos orquestales, los piu mosso, andantinos y demás. Impresiones erradas, asumo. Tengo muy mala memoria, pero eso no evita que la música me conmueva tanto o más que hace algunos años atrás.
Cuando tenía 12 años Manolo, mi profesor de música, al iniciar la clase de aquella semana me preguntó que instrumento quería tocar, yo respondí efusivamente que había elegido aprender a tocar trompeta. Luego de algunos días llenos de intentos fallidos, decidí que mi naturaleza femenina nuevamente me estaba sacando la vuelta y que debía escoger otro instrumento. Cogí una de las maletas que contenían aquella especie de flauta grande que se desarmaba, y fue un amor a primera, bueno, más bien segunda, vista. Me enamoré.
Y desde entonces la música está en mí. De ahí mi gusto por la música clásica y por la ópera.
Con esta última me sucede algo particular. No conosco a personas que gusten de ella, con quiénes conversar, de quiénes aprender. ¿Será acaso que este goce esté reservado para mí y mi soledad? Tal vez sí. Tal vez solo pueda disfrutarla de ese modo, sola. Con las notas en el viento, jugando con mi cabello.
Hoy decidí que tenía que oír ópera. Regresar, regresarme.
Desayuné y, con la lámpara encendida, con su luz bajita, con la piyama puesta y con la cama destendida aún, coloqué el cd de Carmen*, de Bizet: mi favorita. La gitana, el torero, los soldados, los contrabandistas y la interacción de los diálogos con la música, la forma en que se trenzan y contruyen puentes infinitos es lo que la hace tan genial. El personaje principal, Carmen, la gitana, de vida errante y cabellos al viento, denota seguridad y libertad. Cargada de sensualidad y pecado transgrede todas las reglas. Con sus elogios al amor libre, con sus flores y su baraja, ella se va construyendo como una mujer increíblemente fuerte e independiente: dueña de sí misma.
La música me da algo que aún no puedo explicar cuando alguien me pregunta qué es eso que siento cuando oigo a alguna orquesta.
La música cura mis heridas: me sana. La ópera -¡Dios, la ópera!- eleva mi espíritu, hace que desmpolve las partituras viejas y las lea de nuevo: me acerca a lo que realmente quiero ser.
*Carmen, la ópera de Bizet está inspirada en la obra homónima de Prosper Mérimée, escrita en 1845.

3 comentarios:

  1. calla, mensa, no eres la única a la que le gusta la ópera, el viernes me olvidé de mostrarte mis discos :), al de Carmen le tengo un cariño especial, luego te cuento porqué

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  2. Debo imaginar por qué.
    Bueno, es la Carmen, ¿no?

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  3. Disculpa la brutez, Gabrielita mía: yo no sé nada de ópera, no me llama la atención y creo que no podría cantarla en la ducha. Pero es pretexto para leerte, para saber que la vida y sus cosas te gustan todavía y para que sepas que por acá, a un par de días de haberte visto, ya te extrañamos.

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