miércoles, 3 de septiembre de 2008

Te extraño, Pito


Te extraño, Pito.

Extraño sentarme en tus piernas -pese a mis veinte añazos bien cumplidos- para contarte como me va en la universidad, para narrarte argumentos de libros que probablemente jamás leerás, para hablarte de la hermenéutica y de la retórica, para que digas “ay, mi flaca, qué difícil es eso, felizmente que te gusta”.
Extraño tu mirada perdida mientras te hablo de literatura como si fuésemos primeros ministros de algo. Extraño oírte renegar de los problemas del trabajo, “yo, entiendo, Pito, yo entiendo –diría- pero también tú debes entender y respetar tus horarios, no es dable que te quedes hasta tan tarde sólo por amor a la camiseta”. “Sí pues, flaca”, dirías tú.

Extraño echarme a tu lado en la cama para quitarte el sueño y contarte por enésima vez las cosas que pasan en el trabajo. Lo bueno es que siempre te sorprendes y preguntas como si jamás hubieras oído lo que digo. Extraño tocar tus cejas, que me tomes fotos, que me digas “No puedes tocar MIS cámaras”. Porque todo eso te hacía feliz.
¿Sabes? A veces me parece que hace tiempo no eres feliz, que sonríes menos, que solo sonríes cuando yo estoy.
A veces creo que te mereces unas vacaciones, pero unas conmigo, solitos tú y yo, mi manito en tu manazo andando por el mundo. Mi abrazo en tu abrazo, mi mirada en la tuya, en tus ojitos caramelo que lo son TODO. Purito amor.

Porque te quiero muchí, Pito. Sí, a ti, que llegaste a Lima cuando eras bien chiquitito, que lavaste platos hasta las cinco de la mañana, que jugaste pelota en las calles con los pies al viento. Que tomaste el camino correcto –con la ayuda correcta, claro- regalándome nuevos tíos, tías y demás.
A ti, que llegas a la casa cuando yo estoy en el trabajo, y te levantas antes de que mi sueño termine.
Yo te siento cada mañana, cuando abres la puerta de mi cuarto sigilosísimamente solo para verme dormir, para cerciorarte de que estoy realmente ahí. Te siento y te extraño, Pito.

Porque cada domingo que coincidimos en la mesa es el cielo para mí. Porque celebras mis sueños como si estuvieran a la vuelta de la esquina, porque estás orgullosísimo de la monga que estudia Literatura en San Marcos, porque te emocionas al ver mi carné universitario, porque lloraste conmigo las veces que fallé, y celebraste como triunfo tuyo las veces que sí, pues, que sí me salieron bien las cosas.

Estoy segura de que en tus retinas sigue grabada la imagen de la Lima terrible que viste de niño. Pero ya no más, Pito. A mi lado estás seguro, a mi lado estarás bien. Porque yo, por ti, mato. Mis manos son tus manos, mis ojos los tuyos. Yo soy tú.
Porque yo soñé contigo incluso antes de nacer. Sí, pues: eres el hombre de mi vida.

3 comentarios:

  1. Ay, Gabysilla (como diría Fabiolilla), te pasaste con este post. Qué lindo conocerte y leerte también en textos así (:

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  3. Soy de los corchitos que no entienden lo que leen a la primera.
    Eso de andar desentrañando textos tampoco me agrada mucho.

    Dime que no era para entender, Gabriela, por favor. Dime que era para llorar.

    Porque si es así, estuve muy cerca.

    Muy cerca.

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