lunes, 16 de febrero de 2009

Canción melosa

Para C., con el cigarro encendido,
con las conversaciones sin fin.
Los 14 de febrero no representan nada especial para mí, salvo la incomodidad por la melosería del ambiente y los lugares abarrotados de parejitas que se profesan amor eterno.
El 14 de febrero del 2005, cuando yo era una pobre preuniversitaria -y una enamorada muy babas- de 17 años, al salir de la tortura pameriana a la que estaba sometida en aquel entonces, M., mi adolescente enamorado, me recibió con una rosa roja en la mano. ¿Qué hacer en un momento como ese? ¿Correr? ¿Hacerme la loca e ir en dirección contraria? ¿No salir de Pamer y alegar que tenía una asesoría de último minuto?
No. Yo lo quería, así que decidí caminar hacia él, saludarlo y recibir valientemente aquella rosita roja símbolo de su amor. Sin saber qué hacer, opté por agradecer y, con verguenza de andar en la calle con "eso", procedí a guardar el regalo en mi mochila: terminó aplastada, como el cursi intento de mi enamorado.
Después del incidente -porque eso fue- pasé varios días preguntándome, ¿por qué él, si me conocía hacía años atrás, si sabía perfectamente qué opinaba yo de aquella fecha, tuvo tan ridículo detalle? Quería demostrarme su afecto, supongo. Caminamos de la mano y nos besamos mucho, recordando lo felices que habíamos sido los últimos 2 años juntos, juntitos. Celebrando nuestro amor, eterno en aquel entonces, claro.
De aquella rosa no conservé, aún no logro recordar por qué, ni siquiera un pétalo. Pero empiezo a descubrir atisbos de un inminente trauma producto de aquel fatídico día de los enamorados.
Un año después, mi relación eterna con M. había terminado con llanto y ruegos de por medio. Yo, con el ego muy crecido, fui feliz durante los siguientes meses.
Para el 14 de febrero de ese año, había conocido a C. Aquel 14 no nos vimos -él no fue a la academia- y, refrescando mi memoria, me hizo recordar que me propuso salir en la noche, pero mi sueño y mi celular apagado se confabularon en contra nuestra. Al día siguiente me regaló un libro de poesía revolucionaria. Y, al poco tiempo, nuestro tiempo juntos se fue alargando, como las cogidas de mano y los besos en los rincones.
Fue el primer regalo, C. y fue motivado por aquella fecha. Y tú, con solo poco más de un mes de conocerme, supiste que el día no era importante para mí, pero consideraste que la fecha era una buena excusa para regalarme algo, como especificaste en la dedicatoria del libro.
El tiempo, como el hombre, nunca nos alcanzará.
Del 2008 no hay mucho que decir, salvo que el rosado abundante y las parejas pegajosas hicieron que extrañe a C. mientras caminaba hacia el paradero a las 11 de la noche, saliendo de mi recién estrenado primer trabajo.
Este 14 de febrero odié menos a las parejas melosas -y me alegré de no andar por la calle con peluches rosados- y amé el café y los cigarros. Y al humo y la neblina también.
Y no fue bueno ni malo. Fue solo un día normal.
Audio: Aquel verano - Marisol

3 comentarios:

  1. La forma tan trillada en que se venden corazones por doquier, la inestabilidad emocional de quienes predican y testimonian cada dos pasos, cada dos besos un "te quiero"; el abarrotamiento total de los hoteles: por dios, no hay cama libre. La persistencia de quienes te vende la rosa a un sol, el cuarto de pollo que dejas a medias, la billetera se te está vaciando y uno no sabe quién mierda es san Valentín, ni quién demonios inventó tal fecha...

    Pero igual disfruta.

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  2. Mujer que piensa que es infeliz, me gustó bastante leer esto, y no lo digo solamente porque a mi también me disguste la idea del 14 de febrero o porque mientras lo leía trataba de completar esas siglas que habías puesto, cuando al final terminé más perdida que tú en la facultad [es que nunca llegas a tu destino: el salón de clases]... solo me gustó leerlo.

    PD: Perleche te manda saludos =P.

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  3. ¡Todo tiene sentido ahora, Gabriela! *Iknow*

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